En el núcleo de la Acción por el Clima

Desarrollo Sostenible

Inmersos y comprometidos como estamos en la Igualdad, la Fraternidad y una Educación de calidad, no podemos sustraernos al análisis de nuestro entorno más inmediato. Es por ello que un evento como resulta ser la Exposición ARMAZÓN sobre los 17 ODS de la Agenda 2030, me parece el marco adecuado que reúne las sinergias y las iniciativas individuales, para, entre todos, implementar soluciones.

Para ayudar al cumplimiento de los ODS, nada mejor que establecer un diálogo fluido con el mundo de la creación en sus diferentes vertientes. A nadie escapa que los creadores ofrecen una mirada múltiple y diferente, de aquellos que tenemos otras responsabilidades, haciéndose imprescindible la colaboración y el estudio detallado de las propuestas que se provocan.

En esta linea, sobre la utilidad de la Naturaleza como auto regeneradora de ecosistemas, nos  planteamos:

¿El desarrollo sostenible comprometería el desarrollo de la Humanidad?

Ante esta pregunta surgen otras preguntas. La simple cuestión de “desarrollo” genera controversia ya desde su definición. En general, el desarrollo se ha abordado como un estado o condición que tenían o no ciertos países (los denominados “desarrollados” y “subdesarrollados”); como un proceso asociado a la evolución de las sociedades; como un sinónimo de bienestar.

Lo que parece aceptado es la inviabilidad y la indeseabilidad del modelo seguido hasta la fecha, un modelo de vida basado en producir más o tener más (Unceta, 2013).

La diferencia surge, entonces, en los enfoques que a partir de mediados del siglo XX tratan de dar respuesta a esa visión del desarrollo como crecimiento económico y, consecuentemente, abundancia de material y expansión cuantitativa de la producción, ese enfoque economicista del desarrollo que señala que el bienestar personal está íntimamente relacionado con la riqueza global de los países, en el cual la idea de “un Mundo mejor”, va ligada al crecimiento económico bajo la premisa de “cuanto más se consume, más feliz se es y más desarrollado está un país”.

Pero el “desgaste” de los recursos no se corresponde directamente con el bienestar.

La FAO publicó en 2011 sus estimaciones de que un tercio de la producción mundial de alimentos se perdía por el camino y no completaba su recorrido hasta la mesa de los consumidores.

Sin embargo, no existe homogeneidad a la hora de definir conceptos como pérdidas, desperdicio o despilfarro. Se suele hablar de “pérdidas” cuando los alimentos han sufrido un deterioro y han dejado de ser aptos para su consumo. Cuando los alimentos se descartan a pesar de que siguen siendo aptos para el consumo se habla de desperdicio, o más elocuentemente, de despilfarro. Las pérdidas son más frecuentes al principio de la cadena (producción, operaciones post-cosecha, transformación). Por el contrario, el despilfarro aumenta al final de la cadena. Las pérdidas son parcialmente evitables, el despilfarro es totalmente evitable. Estos valores sirven para el resto de productos, para todo el consumo.

Uno de los primeros conceptos que se acuñan para remediar situaciones como la descrita fue el de “Desarrollo sostenible”, que aparece por primera vez en el llamado “Informe Brundtland”, en el que se define como aquel desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer las necesidades de las futuras generaciones.

Actualmente, las posturas sobre la inoperatividad de ese concepto señalan que bajo la etiqueta “desarrollo sostenible” estamos perpetuando un modelo economicista edulcorado con la sostenibilidad, pero sin sustanciales cambios, lo que nos lleva a una contradictio in terminis.

Posteriormente han surgido otras corrientes que buscan, finalmente, el mismo efecto. Destacan dos, el “Decrecimiento” y el “Buen vivir”, ambas bajo la premisa de “es indispensable construir alternativas al desarrollo, no simples alternativas de desarrollo” (Acosta, 2015).

El “Buen Vivir” se basa en un sistema solidario, de tipo comunitario y en constante sinergia con la naturaleza. Abandona la idea de progreso, de desarrollo. Es únicamente sostenible. Habría que retroceder varios siglos para que su ejecución fuese posible, a las sociedades agrarias. El decrecimiento, en cambio, no recoge “una oposición ciega al progreso, sino una oposición al progreso ciego” (Taibo, 2014). El decrecimiento no solo es una crítica al sistema mercantilista y capitalista, sino un “concepto misil que abre el debate silenciado debido al irrefutable consenso que existe en torno al desarrollo sostenible” (Kallis 2015). Pero tiene sus sombras. Marcado con un fuerte “occidentalismo”, se olvida de aquellas sociedades que no pueden decrecer porque parar decrecer hace falta crecimiento anterior, y eso no se cumple en todas.

El decrecimiento, aun admitiéndole la buena fe, deviene en movimiento de gentes acomodadas que, con alguna mala conciencia, habrían buscado un subterfugio para eludir los sinsabores del modelo capitalista, finalmente es tecnófobo y olvida el ámbito de lo social.

El camino que queda, pues, si queremos incluso como mal menor, es el de la sostenibilidad, recorriéndolo en el sentido de minimizar las pérdidas y erradicar el desperdicio.

¿Y qué hacer con el desperdicio ya producido? Economía circular.

Nada se pierde, todo se transforma”, dijo el químico, biólogo y economista francés Lavoisier a finales del siglo XVIII, estableciendo un revolucionario concepto científico que, sin embargo, era tan viejo como el planeta, el del equilibrio en la naturaleza.

La llamada “economía circular” es, más de dos siglos después, la puesta en práctica de esta expresión. El modelo que propone va más allá de reciclaje; no se trata sólo de minimizar o reparar los daños, sino de ir a la raíz del problema. Desde la propuesta de Lavoisier hasta llegar a la filosofía de diseño “cradle to cradle” (de la cuna a la cuna), que considera como nutrientes todos los materiales involucrados en los procesos industriales y comerciales. Lograr una extensión de vida del producto y reducir, por tanto, la generación de residuos.

La línea roja del progreso está ahí, en respetar los límites del planeta. En dirección contraria al “crecer a cualquier coste social y ecológico”, la economía circular apuesta por cambiar el modo de producción, a fin de lograr que cada producto tenga múltiples ciclos de uso y fabricación, esto es, que los recursos se conviertan en productos, los productos en residuos y los residuos en recursos.

La naturaleza tiene la respuesta. Los ecosistemas y su funcionamiento son el ejemplo a imitar, el modo de descubrir que solo tiene futuro lo sostenible. La naturaleza teje conexiones, fomenta la cooperación y la interdependencia entre los organismos y construye así ecosistemas prodigiosos y sostenibles. No hay que olvidar que otros organismos hacen cosas muy similares a las que nosotros necesitamos hacer. En efecto, el fin último del desarrollo sostenible es reproducir la dinámica de la naturaleza.

Las empresas se están dando cuenta de que reutilizar y compartir recursos tiene también sentido desde el punto de vista económico. Según datos de la Fundación Ellen MacArthur y de la Comisión Europea, las empresas de la UE podrían ahorrar anualmente hasta 600.000 millones de euros si realizan la transición a un modelo de economía circular.

Además, se estima que las medidas adicionales que se adoptarán para aumentar la productividad de los recursos en un 30% para el año 2030 permitirán un aumento del PIB de casi un 1% y la creación de 2 millones de puestos de trabajo adicionales. Esto entronca directamente con los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible (aprobada por los dirigentes mundiales en septiembre de 2015 en una cumbre histórica de las Naciones Unidas) que entraron en vigor oficialmente el 1 de enero de 2016.

Jane Jacobs, una de las grandes referencias en el urbanismo moderno, en su libro “Muerte y vida de las grandes ciudades americanas”, escrito en 1961, ya proclamaba que “las ciudades son las minas del futuro”. La madrina de los urbanistas predijo en cierta forma el auge de la minería urbana al darle una definición antes incluso de que el término existiera. Pero la idea de la minería urbana también puede ampliarse hasta el reciclaje y la reutilización sistemática de toda clase de residuos generados por los seres humanos, de manera que apenas haga falta recurrir a la Naturaleza para producir nuevos bienes. En una palabra, sostenibilidad.

Antonio Moreno Ferrer

Alcalde de Vélez Málaga

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